Notas para un diario 273

En la espléndida edición de las Obras completas –a cargo de Maximiliano Herráiz (Sígueme, 2015; yo conocía su recopilación de las de San Juan)– me encuentro con que Santa Teresa escribió unas meditaciones al Cantar. Fue una audacia doble, tanto por el hecho de escribir sobre la Escritura (a las mujeres la Inquisición impedía no ya el comentario sino la mera lectura de la Biblia) y hacerlo no en latín sino con las “oscuridades” de la lengua romance (que bien le venía a ella). Prueba de los recelos viejos me parece lo desapercibida que sigue pasando esta obra hoy día. Pero la mujer no quiso evitar el riesgo y, sabiendo el bien que nos haría, escribió dicho comentario: una meditación o lectura en clave espiritual de unos versos del poema (el manuscrito no se conserva y apenas se publicaron en 1611 en Bruselas las meditaciones correspondientes al primero de los versos: “Béseme con los besos de su boca,/porque más valen los pechos que el vino”…). En esos párrafos llenos de luz, Santa Teresa despliega de modo aún menos teorizante que en Las Moradas, una imagen nupcial del trato del alma con Dios. Es un libro místico (“El Señor me da a entender”, repite) en el sentido de que lo que dice conforma una maravillosa superficie que apunta a un fondo invisible e indecible, un abismo del espíritu que no obstante puede ser rozado por medio de la escritura. Como en la unión matrimonial la intimidad vivida es máxima. La Santa lo redactó en el “rinconcito tan encerrado” del Monasterio de San José de Ávila.

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